No llegaron kits de higiene, barbijos ni mascarillas. Los padres denuncian aulas superpobladas y una alta desorganización. Se presentaron sólo 11 de los 60 chicos que debían empezar primer año del secundario y muchos chicos fueron llevados por la amenaza de quedar sin vacante.
El sol del mediodía golpea fuerte sobre los niños y niñas que se amontonan en la entrada de La Banderita, la primaria del Polo Educativo Múgica. Enfundados en su guardapolvo blanco y barbijo de dibujos animados, se agitan con impaciencia para ingresar al colegio, mientras que sus madres giran la cabeza de un lado al otro, sin saber bien a dónde ir, qué papeles llevar o cuándo entrar.
«Nadie entiende mucho nada», se ríe una de las madres, vecina, como casi todas las que están ahí, de la Villa 31. Es el segundo día de clases en el Mugica, para muches es el reencuentro después de meses de desconexión, y el nerviosismo se mezcla con la incertidumbre debido a la falta de información y de insumos básicos de higiene. Frente al miedo de muchas de las familias, que tienen aún muy presente el pico de contagios que castigó al barrio al principio de la pandemia, la comunidad educativa denuncia que la vuelta a la presencialidad se realizó de manera improvisada y sin tener en cuenta en lo más mínimo las necesidades puntuales de los barrios populares.
«La escuela es un lío. Cambiaron los horarios, vinieron nenes que tenían otro turno y no sabían, las aulas están superpobladas, se generan aglomeraciones. Tenemos un solo termómetro para toda la escuela y se decidió dejar de tomar la temperatura para evitar que la gente se junte tanto en la entrada», explica, agotada ya en el segundo día de clases, Paulina Vera, maestra de primaria en La Banderita.
La escuela tampoco tiene jabón en los baños, no hay papel higiénico ni toallas para secarse las manos. No llegaron los kits de higiene, ni los barbijos ni las mascarillas. «Arrancamos como pudimos. Nosotros tenemos que garantizarle el derecho a la educación a los chicos, no podemos cerrarles la puerta. Pero la verdad es que no están dadas las condiciones para abrir las escuelas, ni siquiera recibimos los insumos de higiene», confiesa Vera.
El Polo Educativo Mugica es una mole de concreto de tres pisos que incluye jardín de infantes, primaria y secundaria. Ubicada justo frente a Comodoro Py y a solo unas pocas cuadras de la villa 31, tiene una matrícula de 800 alumnes en primaria y 400 en secundaria. Contra el optimismo mediático del gobierno porteño –que aseguró que el primer día de clases había contado con un «presentismo del 89 por ciento»–, sólo 11 de los 60 chicos y chicas que debían comenzar a cursar el primer año del secundario se presentaron. En el caso de la primaria, se presentó la mitad.
«A una no deja de generarle inseguridad esta apertura así de golpe. Escucho los testimonios de madres y padres sobre la desorganización y la falta de alcohol y me alcanza y sobra para no mandar a Antonella«, relata Claudia Moyano, una de las madres que decidió no permitir el regreso a la escuela de su hija por las condiciones sanitarias. En la casa de Claudia, en Parque Patricios, vive su suegra, que tiene 83 años y es paciente oncológica, por eso decidió iniciar el trámite para eximir a su hija de 13 años de volver a la presencialidad. «Me están apurando por la falta de papeles. Necesito un mes para conseguir el turno médico que acredite que mi suegra es de riesgo, pero me dicen que empiezan a correrle las faltas y se puede quedar libre. Y encima me amenazan con que puede perder la vacante«, protesta, enojada.
«Hay una gran desorganización. No tenemos directora, la vicedirectora recién asumió hace tres días. En el secundario todavía faltan los cuadernillos para trabajar. Desde el Ministerio nos respondieron que usemos las computadoras de la escuela, pero están todas bloqueadas. Todavía no sabemos cómo vamos a hacer para distribuir a los chicos en las aulas, no hay lineamientos pedagógicos. Acá lo que predominó es sacar una foto con las escuelas abiertas, fue puro marketing», agrega Walter Larrea, preceptor de la secundaria y delegado de UTE.
Que dejaron de entregar las viandas por protocolo, que muchos chicos y chicas tuvieron que volver a sus casas porque no tenían las declaraciones juradas, que había familias en las que cada hije entraba en un turno diferente, que cambiaban los horarios y no avisaban (o mandaban un mail que nadie leía porque la mayoría en el barrio no tiene conectividad): el foco del reclamo de los sindicatos docentes y comités barriales contra la vuelta a la presencialidad –que el miércoles realizaron un «abrazo» en el Ministerio de Educación como forma de protesta– radica en que el gobierno porteño no dialogó con las familias y docentes para coordinar el regreso a clases y que, por el contrario, creó un protocolo que no tuvo en cuenta las condiciones específicas del barrio. «Acá faltó el sentido común«, sintetiza Héctor Guanco, presidente de la cooperadora y vecino del Barrio Mugica.
Desconexión y vuelta a clases
«Yo quería que empezaran para volver a trabajar. El año pasado se complicó mucho, no salíamos de casa, mi marido tampoco. Vivimos del salario familiar, con eso solo, pero no alcanza porque las cosas están carísimas. Yo tengo mucho miedo, no quería traerlos, pero si empezaron las clases tienen que aprender«, cuenta Lidia, con timidez, mientras espera en la entrada de La Banderita junto a sus tres hijas. Tiene 23 años, es costurera y vecina del barrio, y admite que el año pasado sus chicas casi no tuvieron clases porque no tienen Internet, además de que solo cuentan con un celular para hacer la tarea. Tiene miedo del virus y confiesa no querer dejarlas en la escuela.
«Yo voy a empezar», afirma, por otro lado, Marixa, su hija de 8 años que es como un torpedo rosado que no para de hablar y saltar alrededor. «Ellas querían volver a la escuela y por eso las traje. El año pasado hicieron un poco de manera virtual, pero no mucho porque nosotros no somos maestros. Ellas tienen que aprender, unos sabemos y otros no», razona Lidia.
Durante todo el 2020, los sindicatos, familias y organizaciones barriales reclamaron al gobierno porteño que distribuyera computadoras e Internet para las decenas de chicos y chicas que se habían ido desconectando durante el año lectivo. «El año pasado no estudiaron todos los que quisieron, sino todos los que pudieron», confesó la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, durante la conferencia de prensa del miércoles por el inicio de clases, desvinculándose de sus responsabilidades como funcionaria para asegurar la conectividad de aquellos y aquellas que «no pudieron».
«La relación de los chicos con los profesores se hizo a través de los grupos de WhatsApp, olvídate de las computadoras, los zooms y las plataformas digitales», detalló Larrea, preceptor secundario. «La falta de dispositivos implicaba también que recién cuando los papás llevaban de trabajar, tipo 8 de la noche, los chicos pudieran conectarse. Hubo maestros que armaban zooms a las 7 de la tarde para que así pudiera haber un mínimo de contacto grupal».
El panorama se repitió en varios barrios populares durante la pandemia. «El gobierno porteño puso un 0800 para pedir computadoras. Logramos que dos o tres pibes, de 50 que hicieron el pedido, la consiguieran, pero después empezó a perder el sentido porque, sin Internet, no servían de mucho. Cerca del barrio había una zona de Buenos Aires WiFi, era una plaza, algo totalmente precario, pero fuimos a probar y tampoco funcionaba», cuenta Andrea Román, docente en la Escuela 6 en la Villa 21 y delegada de UTE.
La falta de conectividad seguirá siendo un impedimento este año, varios alumnos y alumnas no podrán asistir a clase por encontrarse entre los grupos de riesgo, ellos o sus familias. «Los pibes de los barrios son los que se llevan la peor parte. Porque en otras escuelas, si los docentes mandan tarea, la van a poder hacer sin problema. Ellos tienen una familia que los acompaña porque puede hacer teletrabajo o porque está en blanco y puede pedirse el día. En nuestros barrios eso no pasa», planteó Emmanuel Fariña, docente de Historia en la Escuela 11 de Bajo Flores.