Vieja escuela

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VEINTITRES / 08.10.2015. ¿Sirve volver a los métodos de enseñanza clásicos?

Por Florencia Guerrero

Fueron y serán enemigos. Por décadas, el conductivismo norteamericano, en su versión educativa, pareció prevalecer por sobre el constructivismo de la escuela rusa, que con cierta dificultad logró volverse más solvente hasta dominar los programas de enseñanza en el globo. A grandes rasgos, mientras una proponía que la letra con sangre (y repetición) entra, la otra apostó siempre al aprendizaje como una construcción particular.

Pero la alegría rusa duró poco porque, tras avanzar en grandes cambios en los planes de estudio franceses, esta semana el gobierno de ese país anunció que volverá sobre sus pasos e incorporará el viejo sistema de dictado y la lectura en voz alta como método de aprendizaje en lectoescritura, sumado a la práctica del cálculo mental. El anuncio pone en el centro de la escena un amplio debate sobre los bajos índices de rendimiento escolar en ese país, que comenzó con ciertos intentos de simplificar la ortografía en 1991. Aquel año, la Academia Francesa intentó cambiar 800 palabras de las 50.000 de uso corriente: esas modificaciones incluían eliminar acentos y letras que los niños ya no usan.

Como es costumbre, la decisión del gobierno de François Hollande no tardó en despertar la polémica mundial, y la Argentina no es la excepción. ¿Hay que volver a los viejos métodos o implementar los sistemas en apariencia más laxos, pero modificando las viejas estructuras educativas con inversión? “Una medida suelta, por sí misma, no dice mucho. Pero es una señal, un gesto”, avanza en el debate Emilio Tenti Fanfani, uno de los expertos más destacados en Sociología de la Educación. “La educación primaria es básica y el desarrollo de las competencias expresivas es fundamental para el futuro. Lengua, ortografía, sintaxis, saber escribir y hablar: ese paquete de conocimiento, que tiene que ver con la comunicación, es importantísimo”. Según esa perspectiva, el cuestionamiento no debería poner foco en si volver o no a viejos sistemas de aprendizaje, sino en una problemática global: “Algo pasa con la enseñanza de la lengua porque en la Argentina –en América latina en realidad–, a la mitad de los chicos de 15 años les cuesta comprender un texto escrito y tienen muchos problemas de escritura. Ponerles palabras a los pensamientos es algo fundamental. A la gente le cuesta escribir tres párrafos con cierta lógica comunicable”, explica el especialista. 

Germán Doin, director de La educación prohibida, una película independiente que propone imaginar un modelo donde cada uno sea el protagonista de su formación, agregó: “Me parece curioso que en el momento histórico donde estamos y por cómo se está desarrollando el conocimiento pedagógico, aparezcan propuestas conservadoras de volver a formas que ya se habían abandonado. El problema es que la formación docente y las políticas públicas están bastante divorciadas de la investigación y los nuevos modelos de aprendizaje”.

El investigador, defensor de la enseñanza como un proceso de construcción a partir de la observación y la experiencia, describió al dictado como “un modelo homogeneizador, que piensa a la escuela como una fábrica, donde un solo docente parado frente a varias personas va a impartirles conocimientos homogéneos. Claro que es un modelo eficiente y económico –analizó–. El problema no es el dictado en sí, lo que no sirve es hacerlo en el marco de la escuela. Debería utilizarse acompañando el crecimiento de lectoescritura de cada chico. No sirve la lógica masiva: no todos aprenden al mismo tiempo y a la misma velocidad”.

¿Qué cosas han cambiado desde que nuestros abuelos enseñaban a sus herederos, pluma y papel en mano? La tecnología no es una cuestión menor en el mundo educativo. “La revolución digital implica una aparición de preguntas enormes sobre los formatos de educación. ¿Qué vamos a hacer con lo que aprendemos? ¿Cómo lo vamos a enseñar? Esas son preguntas que algunos pioneros pretendieron responder cambiando los modelos, porque en algún momento las cosas que sucedían fuera del aula pasaron a formar parte de ella”, analizó la licenciada Andrea Kaplan, especialista en educación de la Fundación Sociedades Complejas. “Ahora hay un gran debate sobre ciertas prácticas ortodoxas, porque a partir de los datos que vamos conociendo, la escuela está interrogándose a sí misma en un mundo en el que los niños aprenden no sólo con lo que pasa en la institución educativa”, explica la licenciada, con una visión promisoria.

En las antípodas de esa perspectiva, el docente Santiago Duarte se permite dudar: “Si los resultados de las estadísticas no son los esperados, tiene que ver con una mirada que no se da: el debate sobre si es o no necesario enseñar por medio del dictado es reduccionista. Lo que no se dice es que para aplicar programas completos de enseñanza no conductivista es necesaria una inversión en capacitación y desarrollo educativo que, en general, no se ve”.

Y si de estadísticas hablamos, hasta aquí no parecen prometer cielo despejado a la educación: en la última prueba PISA realizada por la OCDE en 2012, que relevó a alumnos de 15 años, el 53,5 por ciento de los chicos argentinos estuvo por debajo del nivel dos en comprensión lectora (es decir, sólo dominan las competencias mínimas para desenvolverse e integrarse productivamente). Además, la evaluación de Finalización de Estudios Secundarios de Buenos Aires (FESBA), que se desarrolló un año después evaluando a chicos de 5º y 6º año en CABA, señaló que el 42,6 por ciento estuvo en el nivel más bajo de lectura.

Y aquí vuelve la polémica, porque el mismo 2013 el Ministerio de Educación de la Nación publicó los resultados de un relevamiento a nivel nacional, que mostraron un menor porcentaje de alumnos con desempeño bajo. El Operativo Nacional de Evaluación (ONE) registró que “sólo” el 25,7 por ciento de los alumnos cursando 5º y 6º del secundario se ubicó en el nivel más bajo en Lengua. “Los resultados de cualquiera de esas encuestas son relativos, porque hay que ver qué se evalúa en cada caso. Estoy convencido de que hace tiempo la política que se da en relación a estos sondeos o ciertos planes de estudio no aporta a la alfabetización sino a aumentar la cantidad de egresados”, agregó Duarte

En este sentido, al cumplirse 30 años del Ciclo Básico Común (CBC), uno de los proyectos que apuntan a reformarlo propone crear talleres de lectura y escritura optativos para todos los ingresantes a la UBA, que según los especialistas, muestran cada vez más carencias en la comprensión de textos. En este sentido, Doin insiste: “El problema no es el dictado, sino la forma: en qué instancia del aprendizaje es posible que justo 40 chicos aprendan al mismo tiempo, con la misma metodología, a leer y a escribir: no tiene sentido y nos aleja de preguntarnos cosas de fondo sobre cómo aprenden los chicos y para qué les estamos enseñando”. Desde esa perspectiva, el dictado tradicional es parte de una cadena de montaje, donde un sujeto trabaja como docente y le dicta a un niño. “A nadie le sirve ese nivel de sumisión –explica el investigador–. Después nos preguntamos si queremos formar sujetos para ese sistema o para otro… para mí, volver a introducir el dictado suma para un lugar al que ya nadie quiere ir. Es hora de pasar del debate a las intervenciones. Hay que pasar a la acción. No sé si la respuesta sea volver al dictado, pero sí falta dar pasos concretos sobre qué vamos a hacer”.

En la vereda opuesta, para Tenti Fanfani, “la lectoescritura y el cálculo son los pilares fundamentales, la columna vertebral de la educación. Y con esta medida de volver a los dictados, Francia muestra que es prioridad este tema para ellos. Es una señal. Tiene un valor simbólico de decir ‘hay cosas que son fundamentales’”. 

Tradición o necesidad, el dictado se impone en la agenda del debate educativo, pero no solo él, sino qué se hará con las nuevas tendencias. Mientras unos y otros se pelean, la necesidad de corregir y avanzar parece urgente.

Informe: Deborah Maniowicz

 

Otra vez problemas de inscripción en Capital

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Lejos, muy lejos de los debates sobre si deberán escribir o no al dictado, miles de chicos porteños volvieron este año a estar en la cuerda floja de la inscripción en los colegios públicos. Con un sistema online que funcionó mal desde el principio, aquellos padres privilegiados que pudieron ingresar a la página se encontraron con otros varios inconvenientes. 

Primero fue difícil entrar en el sistema. Después, cuando entré, me obligaba a aceptar escuelas que quedan a una hora de viaje de mi casa, cuando se supone que la prioridad es para las que quedan cerca de mi casa. Llamé al 0800 y pregunté si las tres opciones que yo elegí valían, y la respuesta fue que no. Me llegaron a decir ‘rezá por que te toque alguna de tus opciones’”, explicó Federico Soto, padre de Álvaro, de 3 años.

Casualmente, el mismo lunes 5 en que comenzó la inscripción, el Pro reforzó su campaña mediática sobre la necesidad de mejorar la educación en el país. “Acá lo que no quieren decir es que hay un problema de fondo, que es la falta de vacantes por la reducción del presupuesto educativo”, explicó Eduardo López, secretario general de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). 

Para el ciclo lectivo de este año quedaron 5.000 chicos de los jardines porteños y escuelas primarias de zona sur de la ciudad sin vacantes, un dato que fue reconocido por la Defensoría de la Ciudad y el Consejo de los Derechos de los Niños, que hicieron presentaciones administrativas ante los organismos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Para López, la desfinanciación educativa no es un tema menor: “En 2007, el presupuesto educativo porteño era del 29 por ciento. Ese número ha caído al 20,3 por ciento, por lo que la educación de la ciudad perdió un tercio en casi diez años, y la reducción termina afectando estas cosas. Que el sistema online se tilde no es tan importante, cuando lo que realmente pasa es que no hay vacantes”.

En el memorial de los recuerdos quedarán las preguntas personales que los padres deben responder para lograr una inscripción exitosa de sus hijos: “¿Vive en una villa?”, “¿tiene prepaga?”, “¿es propietario?”. Tal vez con el tiempo, alguien explique por qué un derecho constitucional como el acceso a la educación depende de un prejuicio sobre el poder adquisitivo de algunos ciudadanos.