El Ministro de Educación de la Nación volvió a usar un símbolo oscuro de la historia argentina para graficar la visión que el Gobierno que integra tiene respecto de la educación. Esta es la respuesta de UTE-CTERA al nuevo sinceramiento de Esteban Bullrich.
Un astronauta en el comedor escolar
Por Eduardo López y Mariano Denegris, secretario General y de Prensa de UTE-CTERA respectivamente.
El Ministro de Educación y Deportes parece jugar una carrera contra sí mismo en la búsqueda de metáforas provocadoras y desafortunadas. A la reciente comparación de su proyecto educativo con la campaña al desierto del Siglo XIX, sumó hoy una nueva figura comparando dos modelos educativos posibles: uno demodé, representado por “un Falcon de los ´70, excelente para su época” y otro, aggiornado y moderno, el de la nave espacial, para el cuál, siempre siguiendo la retórica del ministro “los docentes tienen que dejar de ser mecánicos del Falcon y transformarse en astronautas”. ¿Puede la máxima autoridad educativa argentina ignorar la connotación del modelo de auto elegido para su analogía en relación a la última dictadura militar? ¿Habla sin darse cuenta del Falcon de los ‘70 que “ya no cubre aquellas expectativas” al igual que habló sin querer de la campaña del desierto educativa? ¿No sabe que el vehículo utilizado por los grupos de tareas en la última dictadura cívico-militar para cometer los crímenes de lesa humanidad más aberrantes de nuestra historia se convirtió en un símbolo del terrorismo de estado? Parece difícil. Resulta más verosímil, pero también más escalofriante, otra posibilidad. Lo sabe bien. Pero la crudeza de la metáfora debe ser lo suficientemente provocadora como para opacar lo que viene junto a ella: el proyecto educativo de Macri, Bullrich y el grupo de empresas que gobierna el país.
Más allá de que la alegoría de la nave espacial lo pone bastante lejos del futuro y muy cerca en cambio de aquel presidente que prometía el viaje a Corea y Japón en hora y media vía remontarse a la estratósfera, lo grave es para qué quiere el Ministro pegar el supuesto salto. El objetivo único de la educación, lo explicita sin ambigüedad, es formar el “capital humano” o preparar los “recursos humanos” que necesitan las empresas. Una confesión y dos trampas tiene este razonamiento. Confiesa que en su visión del mundo los seres humanos, a excepción de los empresarios claro, somos recursos, variables en las cuentas empresarias. Ni siquiera nos otorga la condición de trabajadores y la creatividad humana a través del trabajo. No. Capital humano.
Una de las trampas de la mirada neoliberal de la educación ya la sufrimos en los años ’90. Por eso la cercanía con aquel período no es sólo metafórica. Se trata de responsabilizar a los trabajadores y a su bajo nivel de educación de la falta de empleo. Basados en la desmentida teoría de que toda oferta encuentra su demanda, han culpabilizado durante años a quienes eran las víctimas de decisiones económicas que destruían sistemáticamente puestos de trabajo. Argentina llegó al 24 por ciento de desempleo aunque los índices educativos de la población superaban a la inmensa mayoría de los países de la región. Lo mismo se evidencia en el caso español donde la generación con más desocupados de su historia es al mismo tiempo la más calificada según estándares educativos. El discurso de Bullrich busca, con una anticipación que mete miedo, adelantarse con idénticos justificativos a las consecuencias de una política económica que en ocho meses destruyó medio millón de empleos.
La otra trampa del argumento neoliberal está en reemplazar la sociedad por el mercado. Así, las demandas educativas no están fijadas por las necesidades sociales, en salud, vivienda, innovación para el desarrollo, trabajo, entre otras, canalizadas por un sistema democrático en el que el pueblo además de la participación directa, pone periódicamente la soberanía de las decisiones en sus representantes políticos. No. Según esta segunda trampa, las necesidades educativas son fijadas por “casi 900 empresas” a los que el gobierno les preguntó “qué esperaban de nuestros recursos humanos”. Puño y letra del ministro Bullrich Ocampo. Tras cartón, propone que la calidad educativa dependa de traer inversión extranjera lo cual va en contra de la Ley Nacional de Educación que protege la soberanía educativa de los tratados de libre comercio. La soberanía no es una frase de ocasión para los docentes. Resignarla implica la tercerización de la responsabilidad educativa. Esta se juega hoy en el ingreso masivo de ONGs, que encubren al capital privado, dentro del sistema educativo público. Cuando Monsanto y Coca-Cola elaboran los programas de “alimentación saludable” de nuestras escuelas, el Grupo Pearson, dueño de medios y editoriales, se hace cargo de la evaluación, y Microsoft reemplaza el diseño soberano de nuestro software no ganamos en inversión extranjera, perdemos soberanía pedagógica.
Por otra parte, para llegar a esas conclusiones que nos presentan a los docentes como atrasados mecánicos de automotores antiguos, deben hacerse los distraídos con los datos más evidentes. El Informe Bloomberg 2016 sobre índice de innovación indica que Argentina está en el puesto 49 sobre 200 países y es el único de Latinoamérica entre los primeros 50 lugares. Nuestra ciencia y técnica, con inversión estatal, logró poner un satélite en el espacio pero para Esteban Bullrich la disyuntiva está entre el Falcón y la Guerra de las Galaxias. El avance en innovación científico-tecnológica debe hacerse con inversión pública y soberanía en las decisiones, de lo contrario se corre el riesgo de comprar, una vez más, espejitos de colores.
La fascinación naif y acrítica por los astronautas es acompañada por una simétrica fascinación por lo que viene de afuera. Bullrich informa que “Estamos enviando a las escuelas más innovadoras de Estados Unidos a 500 directores de escuelas a través de las becas Fulbright”. No vendría mal incluir como bibliografía de formación docente algunos escritos de David Brooks como por ejemplo “Estados Unidos: La guerra contra la Educación Pública” para ver en qué consiste esa innovación.
Como ministro de la rica Ciudad de Buenos Aires, Esteban Bullrich dejó el saldo de 11.000 niños y niñas sin vacantes y una reducción del 33 por ciento del presupuesto educativo. Desde que Cambiemos asumió el gobierno nacional las escuelas lejos de convertirse en plataformas de lanzamiento interestelares han visto como su centralidad paulatinamente deja de ser el conocimiento para ubicarse en el comedor centralidad. Nuestro desafío como sociedad, es trabajar juntos desde el Ministro hasta las familias, con los estudiantes y docentes para que el centro de la escuela sea el conocimiento y no el comedor escolar. Es la única forma de que el futuro no sea algo a lo que debamos amoldarnos sino nuestra propia creación como sujetos sociales.