Nuevamente el Ministerio de Educación de la Ciudad aborda de manera demagógica y marketinera su relación con los conflictos educativos. Esta semana, antes del comienzo de clases y mientras se niega a convocar a la mesa salarial docente, presentó con bombos y platillos un “protocolo de actuación” ante las tomas de escuelas. Lo primero a señalar sobre el anuncio es que antes de presentar a los medios sus proyectos o decisiones bien le vendría a la gestión participar a los actores involucrados a través de un diálogo institucional. Los Asesores tutelares, los representantes estudiantiles y docentes, las familias deberían ser parte de un consenso previo a la acción espectacular. Y esto no solamente porque hace a la construcción de una democracia más sustantiva sino también por un motivo más pragmático: hasta ahora todos los instructivos que intentó aplicar unilateralmente el gobierno para resolver por la vía punitiva los debates educativos fueron frenados con buen tino por el Poder Judicial de la Ciudad que instó a tomar canales de diálogo.
No obstante, no está mal salirse del instantaneismo permanente y publicitario que impone el Gobierno y hacer una mínima mirada a la historia reciente de los conflictos estudiantiles porteños y sus resoluciones. Desde que asumió el Pro el poder Ejecutivo de la Ciudad en 2007 hubo cuatro grandes luchas estudiantiles que incluyeron tomas de escuelas masivas como medida de protesta.
El primero se desarrolló entre Julio y Agosto de 2008 ante la decisión del entonces Minstro Mariano Narodowski de recortar las becas de estudio a estudiantes secundarios. Al cabo de más de un mes de conflicto la situación se resolvió, previa intervención de la Legislatura porteña, con un gran ejemplo de ejercicio ciudadano. Los estudiantes junto a los legisladores redactaron una nueva Ley de Becas que fue más inclusiva que el proyecto de Narodowski y que la normativa anterior. Los estudiantes tenían razón y ganó la educación pública.
El segundo conflicto de dimensiones similares ocurrió en 2012 y se extendió desde abril hasta octubre. Los reclamos incluían el pedido de obras de infraestructura escolar, cuyo detonante fue la caída de un techo en el Colegio Mariano Acosta, y también el rechazo a modificaciones curriculares. También el resultado, después de que el ex ministro Esteban Bulrich ordenara denunciar a los estudiantes en las comisarías respectivas, fue la mediación, en este caso judicial a instancias de la Jueza Elena Liberatori y el cumplimiento de un acuerdo que incluyó las obras de infraestructura necesarias para retomar las clases. Otra vez, los estudiantes tenían razón y ganó la escuela pública.
El tercer momento de conflicto estuvo signado por el rechazo a la aplicación de la Nueva Escuela Secundaria, conocida como NES, en tanto eliminaba del 5º año materias como Historia, Geografía o Física. Esta discusión se dio entre los años 2013 y 2015 y finalmente, con una amplia participación de docentes, familias y especialista de las disciplinas que pretendían eliminarse de la currícula se logró mantener todas las materias. Nuevamante, los estudiantes que pelearon por tener más horas de clase, tuvieron razón para beneficio del sistema educativo.
El último conflicto fue en 2017 con la denomincda “Secundaria del Futuro”, cuyo primer proyecto enviado a las escuelas eliminaba de cuajo el 5º año y enviaba a los estudiantes a realizar pasantías en empresas y prácticas de emprendedurismo. Tras un prolongado enfrentamiento, las autoridades debieron ceder al diálogo convocado por la justicia y las Asesorías Tutelares donde fueron instados a informar fehacientemente a la Comunidad Educativa sobre los cambios. Como resultado las escuelas secundarias teniendo 5º año. Volvió a ganar la Educación.
Este breve repaso debiera ayudar a las autoridades de la Ciudad a entender que optar por el camino del diálogo no sólo es propio de los sistemas democráticos, además previene conflictos y mejora la educación. El movimiento estudiantil, ese concepto asociado casi siempre al futuro, nos ofrece en este caso una serie de enseñanzas del pasado reciente que podemos aprovechar para no cometer los mismos errores.