La actitud de Rodríguez Larreta asusta más que el virus
En medio del mayor pico de casos de Covid desde que se inició la pandemia, con el sistema de salud al borde del colapso, mientras el mundo se debate entre la dificultad de garantizar vacunas y la proliferación de nuevas cepas, con los países limítrofes desbordados de contagios y aplicando restricciones en diversas actividades, entre ellas la presencialidad escolar, el Jefe de Gobierno porteño, ajeno a la realidad, eligió priorizar su disputa interna con una liviandad temeraria.
La negación no es templanza. Por eso la actitud de Larreta asusta más que el virus. Porque para luchar contra el desastre epidemiológico existe evidencia científica en todo el mundo. En cambio, para la irracionalidad negadora a la que nos somete la puja interna de Juntos por el Cambio no hay antídoto posible. Repetir muchas veces las palabras “planificación”, “transparencia”, “diálogo”, “certidumbre”, “tranquilidad”, “bienestar”, no hará descender el nivel de casos promedio, que ya es el doble del peor momento de 2020 pero con un crecimiento mucho más acelerado. Eso, lejos de la evidencia científica, es pensamiento mágico. Si digo que algo no existe, ese objeto deja de existir. Si no es a través de ese mecanismo, no se entiende que el ejecutivo municipal se pelee para que los bares estén una hora más abiertos, que piensen que las escuelas son islas a las que los estudiantes, familias y docentes llegan por teletransportación o que desconozcan que con más circulación habrá más contagios.
En el caso específico de la apertura de los edificios escolares, un grupo de dirigentes de la fuerza política que redujo el presupuesto educativo, incumplió la Ley de Financiamiento y dejó de entregar computadoras ha empeñado sus esfuerzos en instalar la idea de que les importa la educación. Pretenden apropiarse de una bandera muy querida para la sociedad argentina: la educación como motor del progreso social. Para hacerlo han creado una falsa posición contra la cual confrontar. A pesar de que nadie sostenga que la virtualidad pueda reemplazar a la educación presencial, que la escuela no sea un ámbito de socialización privilegiado ni que la escolaridad no sea central en la organización de la vida familiar, estos dirigentes no tienen empacho en pelearse contra ese cuco.
Más allá de las millonarias sumas de dinero invertidas en marketing, ¿hay alguna “evidencia científica” de que al macrismo le importe la educación? Veamos los datos.
Durante sus largos años de gobierno en la Ciudad, los falsos adalides de la educación intentaron primero cerrar 221 grados y cursos de escuelas primarias y medias, luego cerrar jardines de infantes, escuelas secundarias nocturnas y los profesorados de formación docente. En la provincia de Buenos Aires cerraron las escuelas de Isla. Por extraño que parezca, sólo defienden las aulas abiertas cuando hay pandemia. En la Ciudad, desde que este partido accedió al gobierno, el presupuesto destinado a educación descendió sistemáticamente año tras año. Quizás reconocieron su importancia de manera tardía. Sin embargo, durante 2020, mientras levantaban las carpas del circo mediático con la educación, sancionaron el presupuesto educativo más bajo de la historia de la ciudad: sólo un 17,8% destinado al área sobre el gasto total. Aún peor, ese ajuste se conformó entre otras cosas por recorte de más del 70% en infraestructura escolar y 371 millones de pesos quitados al Plan Sarmiento. En ese tiempo siguieron arreglando canteros, cambiando baldosas y comprando macetas mientras no se realizaba ninguna obra relevante de infraestructura en las escuelas. Ni siquiera los arreglos menores para que funcionen los baños o no se inunden las aulas.
No se acondicionaron las aulas para garantizar la ventilación cruzada y constante, no se adquirieron los elementos de seguridad e higiene para docentes y no docentes, no se entregaron las netbooks que el gobierno nacional compró para los chicos y chicas porteños que no tienen acceso a la conectividad. Sólo se vacunó al 10% de los docentes porteños. Hay 17.000 dosis de vacunas que el gobierno nacional envió para trabajadores de la educación y nunca fueron aplicadas.
En su discurso, con tono de campaña, se alarmó por los niños y las niñas que perdieron la continuidad escolar en 2020. Dijo que fueron 15.000 y para ellos no dispuso ninguna alternativa socioeducativa que garantizara su derecho a la educación más que abrir las escuelas a como dé lugar. Nunca se mostró ocupado por aquellos 25.000 que se inscribieron en los últimos años y se encontraron con las puertas cerradas, pero no por dos semanas sino para siempre porque el Gobierno de la Ciudad no les asigna su vacante en la escuela pública. En estas seis semanas de clase, pese al relato que construye la usina del marketing, merced a los continuos cierres de burbujas, a los miles de contagios de docentes, estudiantes y auxiliares, hubo menos continuidad pedagógica que durante el mismo periodo en 2020 a través de la educación a distancia.
En suma, no hay evidencia empírica que demuestre que para el gobierno de Rodríguez Larreta la educación es esencial. Sólo hay especulación electoral. En otro contexto esta mezquindad sólo sería grave. En medio una crisis sanitaria sin precedentes que vive el planeta, es criminal.
El autor es secretario gremial de CTERA y secretario adjunto de UTE.
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