Por Eduardo López * y Mariano Denegris **
Página 12 – Nota – El País – Pag. 8 / 18.07.2016. ¿A quién le habla el presidente Macri en ese castellano de modulación difícil y conjugación imprecisa? ¿Para quién es la mención a una supuesta angustia de los congresales de 1816 por tener que separarse de España? ¿Es el querido monarca abdicado su destinatario? ¿Son los trabajadores los que deben oír sus arengas a trabajar más horas porque cada reducción de la jornada horaria que consigue un gremio es un costo que pagamos todos (los empresarios)? ¿Ese todos inclusivo es un sinceramiento de su enunciación patronal? ¿Respeta guiones emanados de la Dirección General de Discurso que nombró en el marco de la Secretaría General de la Presidencia? ¿O improvisa? ¿Por qué dice esas cosas? Los diarios nacionales de inocultable filiación oficialista no consignaron con mucho interés ninguna de esas frases en sus crónicas de los sobrios festejos del Bicentenario. En una recopilación de las diez frases sobresalientes del discurso de Tucumán no encontraron lugar para la sorprendente reflexión sobre la angustia por la decisión de separarse del «querido rey». Esa ausencia llamativa llevaría a pensar que se trata de equivocaciones, fallidos, errores no forzados. Por eso, los amigos disimulan los aspectos más ásperos de su oratoria casual destacando en cambio oraciones vacías y lugares comunes. Escabullen las perlas a sus lectores porque restan adhesiones y adherentes. Sin embargo, queda la sospecha de que por algo lo dice. Quizá sencillamente porque lo piensa. Hay una transparencia sincera que refuerza el efecto buscado en las tiendas del marketing. Claro que hay opacidades, mentiras, ocultamientos, pero hay algunas verdades tan deliberadamente dejadas sobre la mesa que muestran el deseo de que alguien se entere de su flagrancia. Es como un desafío abierto que, a veces, dice más de lo necesario. Al día siguiente en que una patota patronal destrozó el lugar de trabajo y los medios de producción de un colectivo de trabajadores de prensa, el Presidente los catalogó sin medias tintas como usurpadores. Sí, a los periodistas. Pero el primer mandatario no es el único. Su ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, lo secunda en el discurso, acorde a su importancia en el Gabinete. Eligió con cuidado los términos «grasa militante» para fundamentar una ola de despidos en el sector público. Pidió deshonrosas disculpas a los empresarios españoles demostrando anticipadamente que la sumisión al «querido rey» no era exclusivamente obnubilación monárquica a los sucesores de Fernando VII, sino una prosternación más vasta a la metrópoli, y en general, a toda dominación extranjera. Evidentemente, leyeron el Acta antes de rubricarla. Sin discusión, los males más graves del gobierno de los ricos asumido en 2015 no son discursivos. El crecimiento de la pobreza entre cuatro y cinco millones, la transferencia de ingresos por vía de la devaluación, el regreso del desempleo como principal preocupación de los argentinos, el brutal golpe a los salarios del tarifazo en los servicios públicos, el endeudamiento externo, entre otras materialidades de la gestión, son tanto más acuciantes para las mayorías que la reflexión sobre su retórica. Igual el relato importa. Porque de sus consecuencias también depende la continuidad de aquellas materialidades. Porque a veces los hechos y las palabras van llamativamente de la mano. Otras no. Y ahí es menester denunciar la mentira, que además tiene mala prensa. Pero esa tarea no alcanza. Hay que develar también lo que esconde la transparencia. Siempre hay dos formas de demostrar autoridad: enfrentando a los poderosos o mostrándose implacable con los más débiles. El gobierno que asumió Néstor Kirchner en 2003 tenía muy poca legitimidad. Decidió entonces construirla enfrentándose a la Corte Suprema de Justicia, a los militares, a los grandes medios de comunicación, a las patronales agropecuarias. En el extremo, Mauricio Macri construye poder con hechos y palabras para los bolsillos y los oídos de los poderosos. Es una forma. Aunque Maquiavelo recomendaba al Príncipe ganarse el favor del popolo minuto que, en las malas, suele ser más leal que los grandes señores. Como sea, así como Kirchner corría el horizonte trazado por el imaginario social un poco más hacía la izquierda de donde se encontraba, Macri lo mueve en sentido contrario. Para mover ese horizonte cultural no sólo se requiere la fuerza de los hechos, también son necesarios los relatos que hilvanan esos hechos, y los gestos, que son relatos sin palabras. Cuando Néstor decía «somos hijos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo» le corría el arco a una parte importante de la sociedad. Igual que Cristina Fernández con «la Patria es el otro». No son frases nacidas del sentido común. Tampoco son totalmente ajenas. Lo tensionan sin romperlo. Mauricio Macri y sus ministros también lo hacen. Sus frases juegan a correrlo cada vez un poco más hacía posiciones conservadoras, individualistas, defensoras del libre mercado, autoritarias, discriminadoras. Para defender los valores opuestos hay que dar la pelea en todos los planos, centímetro a centímetro, posiciones y movimientos, palabras y hechos.
* Secretario general de CTA-Capital. ** Secretario de Comunicación de la CTA-Capital.