30 de abril de 2018
Opinión
Terquedades docentes
Por Mariano Molina
Ser trabajadora o trabajador de la educación en el contexto actual es una responsabilidad de dimensiones más amplia de lo que imaginamos. Somos contemporáneos del mayor ataque mediático y gubernamental que se haya conocido. Nunca tantos funcionarios, empresas de medios y periodistas se esforzaron tan tozudamente en querer destruir al trabajador de la educación, la maestra, el docente y sus organizaciones.
Esta etapa histórica del neoliberalismo procura instalar, mediante marketing y necesidades, que la idea de derechos ya pasó, que es una nostalgia fuera de moda; desactualizaciones que necesitan renovar el software. Entonces, cuando no aceptamos un techo salarial estamos realizando algo más que pelear un salario digno. El movimiento docente no está enfrentando a un gobierno, sino a un sentido común instituido desde la maquinaria mediática, económica y tecnológica que quiere imponer sus horizontes como forma de vida. Al no resignar derechos propios y ajenos estamos diciendo a la sociedad que no es delirante querer vivir bien y que no hay un único modelo posible.
Cuando los y las trabajadorxs de la educación denunciamos proyectos para desbaratar institutos de formación docente y tecnicaturas, mala alimentación de los comedores escolares o falta de vacantes que –casualmente– siempre perjudican a los más pobres, hay algo más allá de lo material. ¿En serio creen que solo interesa un salario? Las almas cínicas nada entienden de historia. Son puro presente, cuyo objetivo es la ganancia fácil. El espíritu de la especulación y el capital financiero hecho seres humanos.
Sabemos de paciencias, largo plazo y las necesidades de transitar tiempos difíciles caminando lento. No somos perfectos ni modelos de vida. Andamos por la vida con nuestras humanas contradicciones irresueltas. Lo mismo que sucede en otros ámbitos de la sociedad. Pero hay algo de la ética y la dignidad que no vamos a resignar. En el instante que peleamos por nuestras necesidades materiales siempre expresamos un proyecto de vida en sociedad. Y cuando atacan a nuestros sindicatos y dirigentes, también atacan una idea de vida colectiva. Que nadie se confunda. La vida de los representantes docentes es muy común, caminan nuestras mismas calles y habitan nuestros mismos barrios; pequeños orgullos que hay que seguir cuidando. Y eso molesta, al igual que el espacio público diverso que se instituye en las escuelas. Por eso promueven la segmentación y soledad, amparados en el marketing del derecho individual. Y por eso somos y seremos –también– mientras podamos estar organizados y juntos.
Este 1º de mayo es imperante recordar que venimos desde lejos, que somos trabajadoras y trabajadores porque hubo quienes nos antecedieron y porque esa historia enseña algo muy arraigado: derechos, honor, dignidades y creencia en el respeto a las personas.
Hay un espíritu de terquedad. Nada de lo que nos proponemos puede resolverse con ingeniosas frases de redes sociales. Por eso pido, en este instante, el perdón de un acto egoísta: un reconocimiento y abrazo fraterno a las compañeras y compañeros trabajadorxs de la educación de todos los rincones del país que en estos tiempos oscuros tienen la dignidad de generar en cada escuela un espacio de creación colectiva.
* Docente y periodista.