Milagro Sala: palabrear la esperanza

Cuando los cuerpos son el único lenguaje posible, ocupan el espacio público. Eso, en este país, es una verdad de a puño, por lo menos desde que los Chisperos, con Beruti y French a la cabeza, quisieron saber de qué se trataba la cosa.

Los 2000 días que lleva presa Milagro Sala ya no se pueden contar con palabras. Por eso el acampe. Por eso los cuerpos en el espacio público.

Después no faltarán la retórica, ni los buenos modales, ni el castellano inclusivo para cuestionar a esos cuerpos, a ese lenguaje de la irreverencia y el hartazgo.

Mientras tanto, la curtida militancia del pobrerío, aquella que se espeja en las aguas de las piletas de natación que construyó la Túpac Amaru en Alto Comedero, que un día descubrió la Puerta del Sol de Tiwanaku porque Milagro la replicó en Jujuy, que todavía hoy construye castillos en el aire con los bloques de la bloquera, esa militancia endurecida a fuerza de broncas contenidas, acampa.

Hay algo en esa decisión de plantar las carpas, a los 2000 días de la prisión de Milagro, que trae reminiscencias de El Plumerillo. Basta recorrer el acampe en Plaza de Mayo para sentir que allí anida la convicción de que se puede cruzar el Ande, o cualquier otra epopeya del género, con tal de obtener la libertad de Milagro. No exageran cuando dicen que no van a parar hasta verla libre, a ella y a todas y todos los presos políticos de la derecha más brutal de este país. Y que conste: nadie dice “lawfare”; dicen injusticia.

Se eleva la voz coral de los cuerpos (y de “las cuerpas”, diría la weichafe Moira Millán) para pronunciar al unísono que quieren a Milagro libre y, quizás, quién sabe, esa voz haya comenzado a palabrear otra esperanza, otra libertad, otra justicia, otro país.

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