Imágenes del acto de egreso en la Cárcel de Devoto – Programa Contexto de Encierro – CENS 24

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10 de diciembre de 2025

No, no hay imágenes. Es la cárcel de Devoto. El día empezó en la puerta, donde un pequeño grupo esperaba, en silencio, la autorización para entrar. Afuera, la calle seguía su ritmo habitual; adentro, en cambio, cada minuto parecía pesar distinto. Cuando finalmente habilitaron el ingreso, el cuerpo se dispuso a atravesar el ritual de controles: dos requisas, un escáner, cuatro puertas que se abrían con un sonido metálico y cerraban detrás como recordatorio permanente del lugar.

Los muros altos, las rejas y los barrotes dibujaban un paisaje duro, casi hermético. Pero, aun así, algo cálido asomaba en quienes caminaban hacia la capilla: una mezcla de expectativa, nervios y una sensación de que, dentro de ese encierro, estaba a punto de suceder algo que abría otro tipo de puerta.

La capilla, amplia y sorprendentemente luminosa, ya estaba colmada. Cerca de doscientas personas —familiares que habían esperado meses por este día, personal policial, docentes, autoridades— se acomodaban en silencio. Ese silencio no era frío: era expectante, como si todos entendieran que lo que iba a celebrarse ahí tenía un valor especial, casi reparador.

El acto comenzó con palabras de bienvenida. Cuando Héctor, el director del CENS 24, tomó el micrófono, su voz acarició el lugar. Con un tono sereno, agradeció la presencia de todos, puso en contexto la importancia del estudio en un ámbito de encierro y recordó, con una sensibilidad poco habitual, que cada diploma allí representaba no sólo un logro académico, sino una conquista íntima de dignidad y esperanza.

Entonces llegó el momento que todos esperaban. Uno a uno, los egresados fueron nombrados. Al subir, algunos miraban al piso, otros buscaban con la mirada a sus familias, otros sonreían tímidamente como quien no termina de creerse protagonista de un momento así. Las familias participaron de la entrega, abrazando fuerte, sosteniendo los diplomas con ambas manos, como si sostuvieran un pedazo de futuro arrancado a la sombra.

Había ojos llenos de lágrimas, algunos de emoción, otros de alivio, otros quizás de dolor transformado. Pero en todos había orgullo. Un orgullo profundo, de esos que no necesitan estridencias.

Para cerrar, el taller de música tomó el espacio. Guitarras, voces y percusión se animaron a romper el silencio. Las canciones se expandieron por la capilla como un aire nuevo, ligero, inesperado. Por un momento, los barrotes, las paredes grises y las rejas dejaron de imponerse. La música instaló en su lugar algo parecido a la libertad. Una libertad pequeña, momentánea, pero poderosa.

Cuando el acto terminó y emprendimos el camino de salida, las mismas puertas se cerraron detrás de nosotros, una por una. Pero algo era distinto: en el aire quedaba flotando la certeza de que, incluso en los lugares más duros, la educación y la humanidad pueden abrir ventanas donde parecía no haber más que muros. Agradecemos a lxs docentes de Contexto de Encierro habernos permitido acompañarlxs y le manifestamos el enorme orgullo de llamarlos compañerxs.

Ese día, en la cárcel de Devoto, la escuela demostró —una vez más— que enseñar y aprender es un acto profundamente emancipador. Y que, a veces, la emoción se vuelve la única manera posible de contar lo que pasó.