15.08.2013. Se trata de la Escuela Especial 7, que desde 2011 funciona en el club DAOM y tendrá un «aula experimental» en su nueva sede, con el asesoramiento de una institución de Isidro Casanova.
Por: Diego Igal
Políticos y arquitectos tienen algo en común: prometer lo que no saben si van a cumplir. Puede confirmarlo la comunidad educativa de la Escuela de Educación Especial 7 que desde septiembre de 2011 funciona en un rincón alquilado y no apto del club DAOM. El establecimiento que ocupaba a unas cuadras, en el barrio porteño de Villa Soldati, fue demolido en aquel entonces para construir uno nuevo. Pero la inauguración de las nuevas instalaciones se anuncia y posterga desde por lo menos diciembre último. Incluso les habían asegurado que este ciclo lectivo 2013 empezaría en el edificio flamante que es de los llamados inteligentes y tiene terraza verde, pero sólo le falta una limpieza de final de obra.
El subsecretario de Gestión Económica, Financiera y Administración de Recursos del Ministerio de Educación porteño Carlos Regazzoni podrá explicar hoy si la demora es por obra de la dirigencia o la arquitectura cuando se reúna con directivos, dirigentes sindicales, madres y padres. Quizá también replique la denuncia de un grupo de supervisoras que mantiene inquieta y preocupa a la comunidad sobre que en la nueva escuela –a la que asisten 115 alumnos y alumnas, pero tiene 50 más en lista de espera– funcionará un «aula experimental» para niños y niñas autistas con el asesoramiento de un colegio privado de la localidad bonaerense de Isidro Casanova.
Esa novedad despertó una polémica aún no saldada el 12 de julio último cuando el ministro de Educación Esteban Bullrich fue entrevistado en La Mañana (Radio Continental, lunes a viernes de 9 a 13). Tras referirse a la escuela como «la Juan XXIII», que es el nombre, pero así remite a una privada; la ubicó en Bajo Flores –en realidad es Soldati–, aseguró que sería inaugurada el 2 de agosto y que se trataba de la primera escuela «para chicos autistas», cuando también recibirá a niños con otras discapacidades intelectuales como ya ocurre con al menos dos establecimientos de la modalidad. Bullrich mencionó al pasar: «Trabajamos con la gente de Isidro Casanova», en referencia al instituto San Martín de Porres de matrícula paga, que «es una escuela especializada que está trabajando muy bien el tema».
Eso encendió la alarma: Nora Dubini, Angélica Graciano y Teresita Sibemhart, supervisoras de la modalidad especial, le escribieron a la directora del área Marta Gallardo para manifestar un «total desacuerdo» con el anuncio de Bullrich que les causó «asombro y perplejidad». Las directivas –que aún esperan respuesta– denunciaban que no habían sido notificadas de que debían ceder espacio y recordaban que ya habían rechazado la iniciativa en una reunión con el director de Educación de Gestión Estatal Maximiliano Gulmanelli con «fundamentos éticos, teóricos y estatutarios».
Reunidas por Tiempo Argentino, las supervisoras alertaron que la iniciativa que traerían los directivos del San Martín de Porres es «un modelo médico de adiestramiento» que ya no se utiliza en escuelas públicas; que representaría «una invasión de lo privado en la escuela pública, no sólo en el abordaje sino en la fuente laboral. Además de lo antiestatutidaro utilizan recursos públicos para financiar un proyecto que está por fuera del diseño curricular y además asesorado por el director de una escuela privada», señalaron Dubini y Sibemhart.
Graciano subrayó que no polemizan con los padres que –como en el caso de la escuela de Casanova– confían en «una educación basada en el adiestramiento de la conducta en algunos casos con mediación», pero advirtió nadie en el cuerpo docente estatal porteño está preparado para aplicarlo. «Nosotros estamos para enseñar, no para adiestrar», remarcó Dubini. «Es volver a un paradigma que va en contra de los derechos del niño», completó Sibemhart.
En la nota, las supervisoras son más contundentes: «Lamentamos profundamente que quienes han decidido sobre el futuro escolar de niños con autismos tenga este nivel de improvisación e irresponsabilidad, de lo que no nos haremos responsables», escribieron.
Pese a la denuncia y a los dichos de Bullrich, la subsecretaria de Gestión Educativa y Coordinación Pedagógica Ana María Ravaglia aseguró a este diario que la escuela de Casanova no participa del proyecto que por otro lado rechaza llamar «aula experimental». «En un experimento los sujetos se convierten en objetos. Esto es una experiencia piloto con otro encuadre pedagógico que surgió del ministerio ante la demanda de un grupo de padres de la ciudad que tienen hijos con TGD», aclaró. Tras mencionar que la inauguración será a finales de este mes y que se demoró por cuestiones de obra, la funcionaria también indicó: «las supervisoras van a tener toda la participación que quieran; no hacemos nada a espaldas de ellas. Esto se haría dentro de la currícula. Pasaríamos de una matrícula de 150 a 200 chicos.»
Las madres y padres no están informados. Creen que convivirán con alumnos de una institución privada y se resisten a ceder espacio de una escuela que desde septiembre de 2011 ven improvisada en un club de la zona, –en abril del año pasado sufrieron la voladura del techo– pero que hasta entonces era un rancho que se inundaba con algunas pocas gotas porque está en una zona de la ciudad donde desde hace año no llega ni el eco de las promesas, de las arquitectónicas ni de las electorales.
De lo escrito y lo real
El sistema educativo porteño tiene una modalidad específica de educación especial con el declarado propósito de apuntar a la «inclusión educativa de personas con discapacidad y/o alguna restricción cognitiva, sensorial, conductual o motora», como se lee en la página web del Ministerio de Educación que conduce Esteban Bullrich. Además de instituciones educativas propias se trabaja en la integración en escuelas comunes de todos los niveles y modalidades y en la orientación a padres y madres.
Pero los problemas de infraestructura y de falta de vacantes y cargos que padece el conjunto del distrito no son ajenos en esta modalidad. Colegios donde no hay espacio para juegos ni un sector donde improvisar un patio; ascensores, imprescindibles para alumnos y alumnas, que se rompen con frecuencia; carencia de rampas para sillas de ruedas, son las dificultadas que día tras día enfrentan niños, niñas, adolescentes, maestros y personal directivo en la cotidianeidad escolar. También hay demoras para iniciar obras o empezarlas, pese a promesas y anuncios.