La falta de conectividad produce aislamiento

El relato de alumnos y docentes de escuelas de barrios vulnerables

En los barrios vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires, al menos 6.500 chicos y chicas quedaron desconectados de la escuela desde que se suspendieron las clases presenciales por la pandemia del coronavirus. Computadoras compartidas, la falta de Internet, espacios reducidos y celulares que no aguantan el peso de los archivos y las aplicaciones, son parte de la “brecha digital” que nombran docentes y especialistas en educación. En la práctica, se traduce en un desconcierto general de los pibes y las pibas en edad escolar, y un conjunto de trabajadores de la educación que intentan dar respuesta a cada situación.

“¿Clases virtuales?”, se pregunta Johana Funes, alumna de segundo año de la secundaria del Polo Educativo Mugica (PEM), ubicado en el barrio porteño de Retiro. Como Funes, otros 500 estudiantes que estudian en el PEM y viven en el barrio Padre Mugica -ex villa 31- miran con extrañeza el fenómeno de las clases por videoconferencia. “El primer mes de aislamiento pude hacer la tarea porque caminaba hasta la plaza para conectarme al wi-fi. Ahí descargaba las cosas, después las hacía en el cuaderno y las mandaba en una foto al grupo en el que están los profesores”, relató a Página/12 Funes y señaló que “después, cuando empezó a haber tantos contagios en el barrio, dejé de ir y me atrasé un monton”.

En la Ciudad, la cartera de educación presentó este miércoles el “Plan integral de retorno a la presencialidad” que propone clases en plazas y parques, sin embargo, docentes y directivos porteños aseguran que “no es momento para volver a encontrarse” con los estudiantes, y que la solución tiene que priorizar “la salud y la prevención de los contagios”. Según Myrna Tamer, directora de la secundaria del Polo Mugica y profesora de geografía, “la Ciudad no está en una meseta sino en un altiplano; todavía hay que cuidarse”. A nivel nacional, el Programa Acompañar, a cargo del Ministerio de Educación, prevé entre otras medidas disponer de 2.000 capacitadores para guiar a chicos y chicas de barrios vulnerables del país, que por distintas razones tuvieron que interrumpir su escolaridad durante la pandemia.

En la casa de Johana, en el Barrio Mugica, son siete personas y sólo tienen una computadora. “Es una netbook de las chiquitas, que el profe de mi hermano le regaló a él, pero no tenemos Internet, solo los datos del celular que se acaban enseguida”, aclaró la estudiante. Su hermano va a tercer año y los demás, por la edad, todavía no arrancaron la escuela, aunque este año tampoco pudieron ir al jardín. Además de cursar el secundario, Funes trabaja algunas horas en un local de comida rápida, y también se encarga de atender a su hijo, de tres años. “Se me complicaba hacer las tareas porque la plaza donde hay Internet no queda cerca de mi casa, tengo que caminar varias cuadras y a veces llego y está saturado porque hay mucha gente conectada”, relató Funes. Hace dos meses, cuando le robaron el celular y la situación se terminó de complicar, avisó a la escuela y ahora los profesores le imprimen la tarea y se la dan cuando va a buscar la canasta alimentaria, cada 15 días. “Sería bueno que todos pudiéramos tener conexión en nuestras casas”, advirtió Funes.

Entre primaria y secundaria hay cerca de 1.600 estudiantes en el Polo Mugica, en Retiro. “Para mandar trabajos prácticos la selección tiene que ser mínima, para que el archivo no sea pesado. No podemos mandarlos a investigar nada porque no tienen cómo hacerlo, ni enviar videos explicativos. Tampoco trabajar desde aplicaciones o plataformas”, relató Tamer y advirtió que “muchos piensan que van a repetir, tienen miedo de llegar a la escuela el año que viene y no entender nada”. Las estrategias para llegar a los estudiantes quedan en manos de cada educador: algunos les cargan datos en los celulares para que puedan acceder a los archivos, otros hacen fotocopias de las tareas y las llevan a la escuela para que puedan retirarlas. “El tiempo de los docentes en este momento es de 24 horas. Si un pibe se conecta a la una de la mañana, igual le respondo porque sé que quizás es el único momento en que puede hablar”, señaló Tamer. Para la directora de la escuela secundaria “Internet hoy es algo tan básico como un lápiz y un papel”, y remarcó que “si no hay una red gratuita para las casas del barrio no es por falta de presupuesto sino por una decisión política”.

Durante el aislamiento preventivo y obligatorio por la pandemia de coronavirus, según un relevamiento de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), 15 mil chicos y chicas de la Ciudad quedaron desconectados de su escuela. “La no continuidad tiene que ver con una diversidad de situaciones, desde chicos que no tienen computadora o internet, hasta otros que a pesar de contar con los elementos, solo responden cada tanto y no hacen las actividades”, señaló Agustina Eroles, docente de la escuela primaria N°23, y explicó que “cuando a un pibe o piba le cuesta la escuela o se aleja es porque puede estar atravesando una situación difícil, desde bullying, violencia en la casa, o adicciones, hasta simplemente desmotivación porque hay otros problemas, otras prioridades”.

La mayoría de los estudiantes de la escuela 23, donde Eroles da clases, viven en el barrio Padre Ricciardelli -ex villa 1-11-14- y no cuentan con Internet en su casa. “Sin comunicación no hay acto pedagógico, por eso lo primero es garantizar el acceso”, advirtió Eroles y aclaró que “no se soluciona con una hora de ciber en la escuela ni con un pupitre en la plaza, lo que hace falta es una respuesta más integral que contemple cada una de las situaciones y que también priorice la salud de los pibes”.

Un poco más hacia el sur de la Ciudad, en el barrio de Floresta, vive Jimena Quintana, maestra de educación inicial en el distrito educativo 19 de Villa Soldati y madre de cuatro hijos. “Los chicos extrañan la escuela pero son los que mejor entienden que hay que cuidarse”, relató Quintana. Su padre, el abuelo de la familia, tuvo coronavirus y estuvo internado con respirador durante un tiempo. “Al vivirlo tan de cerca ellos entienden que no es un juego y no insisten con salir”, señaló la maestra y apuntó que “hacemos cronogramas para todo: para usar la computadora, para ver la televisión, para estar en las habitaciones”. En la casa son seis, y aunque además de una computadora tenían una netbook, hace unos meses se rompió y todavía no pudieron arreglarla. “La de séptimo y los mellizos que van a tercero tienen celulares, pero la conexión es tan lenta que colapsa todo el tiempo”, relató Quintana y advirtió que “lo más complicado es tener que usar una misma computadora para las tareas de los chicos, para el ocio, para mi propio estudio y para las reuniones nuestras”, ya que tanto ella como su pareja son docentes.

Más que brecha, un desgarro

“Se dijo mucho que ‘la pandemia visibilizó desigualdades’, yo creo que visibilizó las políticas neoliberales de subjetivación que se llevan adelante desde hace mucho tiempo en la Ciudad”, afirmó a Página/12 Flavia Tsipkis, especialista en psicología de la educación y trabajadora de la Defensoría del Pueblo de CABA, y advirtió que “más que una brecha es un desgarro lo que ocurrió con la educación en los barrios populares”.

Según la especialista, “si los problemas son complejos hay que dar una multiplicidad de respuestas”, y remarcó que en este momento “hay que aprender a trabajar en la heterogeneidad” y hacer “hincapié en la singularidad de cada pibe y piba”, particularmente en aquellos casos donde se interrumpió por completo la conexión con la escuela. “Armar lazo implica un trabajo de sostén y de acompañamiento, de que nadie se quede afuera, y para eso tienen que participar quienes están en el territorio y conocen a las familias”, explicó Tsipkis y advirtió que “hay una cuestión de pérdida y de duelo en el quedar afuera”.

Acompañar casa por casa

A falta de una solución efectiva por parte de las autoridades, las organizaciones sociales reinventaron sus espacios de apoyo escolar en los barrios populares. “La escuela se trata de esa conexión directa con el alumno, y en los barrios históricamente lo venimos haciendo las organizaciones”, relató Sara Gómez, integrante del equipo de educación de la agrupación Barrios de Pie en el barrio 21-24 de Barracas.

Cada sábado, a eso de las tres de la tarde, ella recibe a tres o cuatro chicos en el centro comunitario del barrio para revisar los contenidos del colegio. “Esto surgió hablando con los pibes, que nos decían que no entendían la tarea o tenían problemas para hacer las actividades, y también por la preocupación, porque algunos habían perdido ya casi la mitad del año”, señaló Gómez y explicó que “intentamos consiguiendo más dispositivos, después probamos con grupos de chat y tampoco fue suficiente, por eso decidimos abordar uno por uno, con los que tenían más dificultades”.

En Bajo Flores, Soldati, Retiro y Lugano la agrupación adoptó este formato de apoyo escolar en grupos reducidos. “Hay compañeros que van de barrio en barrio, pero aún así hay zonas a donde no podemos llegar porque no damos abasto”, relató Gómez. En este sentido Eroles, docente e integrante de Barrios de Pie, agregó que “se necesita una solución urgente pero también clara, porque la confusión y la incertidumbre sobre lo que va a pasar con las clases genera en las y los pibes más angustia de la que ya hay”.

El Programa Acompañar, presentado por la cartera nacional de educación, prevé poner a disposición capacitadores para que se sumen al trabajo de las organizaciones sociales y grupos que brindan apoyo escolar en los barrios vulnerables del país. “Estamos sobrepasados, hay barrios que no podemos cubrir, donde viven chicos y chicas que sabemos que necesitan seguimiento”, señaló Gómez y advirtió que “la educación no puede ser una cuestión de clase, donde si querés buen nivel tenés que pagar, tiene que ser igual para todes”.

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